Nueve años, nueve siglos
Domingo 1ro de noviembre de 2009, por Carlos Girotti *

El 9 de agosto de 2000, la Plaza de los Dos Congresos desbordaba de gente. Aunque la policía y el Gobierno se empeñaban en achicar la cifra, más de 20.000 personas se habían dado cita allí para recibir a los caminantes de la Marcha Grande de la CTA.



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Sociólogo, Conicet

Habían salido el 26 de julio desde la Plaza Las Heras, en Rosario, y para cubrir a pie los 300 kilómetros que los separaban de Buenos Aires demorarían todos esos días. Era raro su atuendo: los “caminantes” lucían un chaleco blanco y los de “apoyo” vestían otro de color amarillo, pero unos y otros marchaban a la par en esa columna con más de 400 integrantes y todos, sin excepción, guardarían para siempre esos chalecos distintivos.

A la cabeza de los “chalecos blancos” iba toda la conducción nacional de la CTA: Víctor De Gennaro, Marta Maffei, Alberto Piccinini, Juan Carlos Camaño, Víctor Mendibil, José Rigane, Hugo Yasky, Victorio Paulón, Luis D’Elía, Alberto Morlachetti, Héctor Carrica, Tito Nenna, Pedro Wasiejko, Fabio Basteiro, Juan González y todos los miembros de las conducciones provinciales.

Los “chalecosamarillos” estaban a cargo de Edgardo Depetri. Mezclados entre unos y otros iban los docentes del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, con los pibes de la mano; una representación jujeña con Fernando Acosta, Milagro Sala y un delegado que no paró nunca de tocar la quena; el ómnibus del Culebrón Timbal con Eduardo Balán al volante y tantos más ocupados en múltiples tareas.

Las mujeres y los hombres que salieron de la Plaza Las Heras eran todos militantes y dirigentes de la Central; a todos los animaba la misma convicción: marchar para exigirle a Fernando de la Rúa que convocara a una consulta popular para establecer un seguro de empleo y formación y una asignación universal por hijo. Ninguno, sin embargo, imaginaría en aquellos días de marcha la recepción multitudinaria que los esperaría en el Congreso.

De hecho, este articulista escribió en su bitácora del día 25 de julio, víspera de la partida hacia Buenos Aires: “Arrancamos mañana. Hay alegría entre todos. Abundan las cargadas sobre quién será el primero en abandonar. Las ampollas podrán jugar en contra y ojalá que no les pase lo mismo a los que nos recibirán en Capital”. Para su sorpresa, ya en la esquina de San Juan y Entre Ríos, donde comenzaría la caminata final del 9 de agosto, ambas veredas y las cuadras subsiguientes estaban atiborradas de gente y, entre tantos, el querido Martín“Oso” Cisneros –asesinado por un sicario en 2004- Lito Borello y toda lamilitancia del Comedor “Los Pibes” de La Boca.

Trece meses después de que Víctor De Gennaro dijera en aquella plaza repleta: “Marcharemos hasta que toda la sociedad marche por el seguro y la asignación, y si el Gobierno no convoca a la Consulta Popular la haremos nosotros”, otra marcha partía desde ese mismo lugar, el Congreso, pero hacia siete localidades fronterizas. Era el 11 de septiembre de 2001 y la llamada Marcha de las 7 Columnas, sin saber siquiera que a esas horas las Torres Gemelas de Nueva York se desplomaban, edificaba en la práctica el Frente Nacional contra la Pobreza que de ese modo llegaría a los confines del país.

A quien esto escribe le tocó La Quiaca como destino y su columna –bautizada “Zenón Ledesma” en homenaje al dirigente del Movimiento Campesino de Santiago del Estero- arribó al límite con Villazón encabezada por Marcelo Nono Frondizi, Luis D’Elía y el por siempre recordado Omar Nuñez, histórico dirigente de ATE ya fallecido. Allí, en la frontera con Bolivia, en una medianoche helada y reconfortando con su entusiasmo a los apunados y ateridos, los esperaban más de mil quiaqueños y el cura Olmedo.

Un círculo se había cerrado. Por primera vez, desde aquel fatídico 24 de marzo de 1976, un sector importante de los trabajadores organizados había logrado establecer los tiempos, los lugares y las modalidades de la lucha sin que esto fuera una respuesta desesperada a la imposición de sus enemigos más acérrimos.

La CTA había galvanizado al FreNaPo, ese abanico que incluía a aliados tan diversos como el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, la Federación Agraria Argentina, la Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios, intelectuales, artistas, diputados opositores como Elisa Carrió, organismos de derechos humanos y hasta un único gobernador que apoyó la realización de la Consulta Popular del 17 de diciembre de 2001. Algunos no sabían pronunciar su apellido porentonces, pero se llamaba Néstor Kirchner y en Santa Cruz era más conocido como“Lupín”.

Han transcurrido poco más de nueve años desde aquellas jornadas. No todos sus protagonistas coinciden hoy en saludar la decisión de la Presidenta de la Nación de decretar la asignación por hijo. Para algunos no alcanza, para otros es una maniobra clientelística; hay quienes cuestionan la fuente de financiación de la medida y hay quienes, sin dejar de lado observaciones, la consideran como un paso hacia adelante en un camino que falta recorrer.

Pero, más allá de las disensiones y los acuerdos, nadie debería olvidar, a las puertas de los cambios que se avecinan, que la estrategia del FreNaPo conserva vigencia cuando se examinan las posibles articulaciones y mediaciones entre el Estado y la sociedad, entre los movimientos sociales y la política, entre la representatividad sectorial y la representación política.

Atribuladas por la vigorosa iniciativa gubernamental –que desde el 29 de junio avanza a tambor batiente con una medida tras otra- las derechas ya buscan apropiarse de mecanismos que por principios censuraron y repudiaron siempre. Ahora dicen que se atrincherarán en la Constitución e impulsarán la consulta popular para modificar leyes y políticas que no resguardan el bien común. Hasta el alicaído Eduardo Duhalde dice que se presentará en las internas abiertas, siendo que critica el proyecto de reforma política.

La impotencia los iguala y en ella se degradan cada vez más. Sin embargo, sus arrestos y embestidas no carecen de peligrosidad. Amplísimas franjas de las capas medias urbanas y rurales pueden sucumbir al espejismo deuna promesa de más orden, justo ahora que los movimientos sociales comienzan a mostrar su capacidad para exigirle recursos al Estado, gestionarlos y administrarlos.

Será preciso reconsiderar las políticas de alianzas, evitar el aislamiento corporativo y, en el caso del Gobierno, comprender que no todo se juega en la superestructura por más iniciativa que allí pueda desplegarse.

Todavía está pendiente en este país –en el que nueve años pueden parecer siglos- la construcción de una fuerza social con capacidad para anticiparse y marcar la agenda pública antes de que la marquen otros.

Fuente: Diario BAE

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