Un hombre libre y digno
Miércoles 17 de febrero de 2010, por Hernán Vaca Narvaja *

No ha sido alentador el comienzo de año para el periodismo argentino, que ha perdido a dos de sus grandes maestros: Tomás Eloy Martínez y José María Pasquini Durán. Nacidos en el país "de tierra adentro" (Tucumán y Salta, respectivamente), en el norte argentino, brillaron con sus ideas y su talento en toda América y el mundo.



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Periodista y escritor; Director de la revista El Sur, Río Cuarto, Córdoba

Fueron emblemas de una generación de periodistas brillantes, capaces de repensar el país y reflejar sus dilemas más profundos en exquisitos ensayos políticos publicados en formato periodístico.

Tuve el privilegio de conocer y trabajar con Pasquini Durán en la versión cordobesa del diario Página/12. Desde entonces, siempre lo consideré mi maestro. Maestro con mayúscula, porque no sólo me enseñó algunos de los secretos del oficio que no suelen aprenderse en los claustros universitarios, sino fundamentalmente porque nos enseñó a todos, con su ejemplo cotidiano, a ejercer nuestra profesión con dignidad, pasión y honestidad intelectual. A "patear escritorios", como le gustaba decir.

Pasquini Durán era un gran periodista, pero sobre todo una gran persona. Era un intelectual comprometido con su realidad, un observador implacable capaz de develar la trama oculta de los hechos. Lector ávido y voraz era, como buen periodista, curioso por antonomasia. Su experiencia editorial cordobesa falló por varios motivos -principalmente porque detrás del proyecto editorial estaba la mano del entonces gobernador radical Eduardo César Angeloz-, pero su presencia no pasó inadvertida en La Docta. Además de formar profesionalmente a una decena de periodistas que seguimos trabajando en distintos medios de comunicación, desplegó su talento en algunos artículos memorables. Recuerdo puntualmente una columna de opinión referida al por entonces juez del caso Maders, Guillermo Johnson. Con sólo algunos meses de residencia en Córdoba, Pasquini Durán comprendió mejor que nadie cuáles eran los temores que asaltaban a un magistrado enfrentado al poder de la corporación judicial (la "sagrada familia" cordobesa), denostado por el poder político y preso de la mafia policial. Su diagnóstico fue certero: Johnson quedó a mitad de camino y terminó siendo el candidato a gobernador del menemismo mediterráneo. Esa frustrante mutación política había sido advertida por el director de Página/12-Córdoba mucho antes de que se produjera.

Pasquini Durán era un tipo hosco, duro, jodido. Nunca he vuelto a sentir la tensión y el respeto casi místico -reflejado en un espeso silencio que apenas dejaba margen al repiquetear de los teclados- que se imponía en la redacción cada vez que entraba. Solía pasearse despacio, arrastrando los pies, haciéndonos sentir su presencia sin necesidad de hablar: sus pasos cansinos y su respiración agitada de fumador eran señal inequívoca de que se avecinaba el horario de cierre. Cuando su voz ronca tronaba desde su despacho, estábamos en aprietos. Era un tipo exigente, formado en la vieja escuela: su mayor elogio era no destrozar las notas que habíamos publicado en el diario, siempre desplegado sobre su escritorio.

"Ustedes tienen la obligación de patear escritorios", nos dijo antes de volver a Buenos Aires, desgastado por la insoportable presión de José Oreste Gaido (escriba angelocista y puntal del proyecto mediterráneo) y abandonado a su suerte por el inefable Jorge Lanata, por entonces todavía director de Página/12 en Buenos Aires.

Volví a tomar contacto con Pasquini Durán tiempo después, cuando vino a Córdoba a presentar mi primer libro que, paradójicamente, era una investigación sobre los gobiernos de Angeloz ("Ave César, la caída del último caudillo radical", Córdoba, 1995). Volvimos a vernos un par de veces en Buenos Aires, en la confitería que está en la esquina del Congreso Nacional. Yo estaba pasando por un momento muy difícil y debía tomar decisiones sobre mi futuro profesional. Pasquini Durán me habló como un padre y me aconsejó que siguiera el impulso de mi vocación.

La última vez que lo vi me citó en su casa. "Ya no puedo trasladarme con tanta comodidad", me previno por teléfono. Estaba recuperándose de una operación en el pie y la diabetes lo había dejado casi inválido. Me contó que estaba por donar los libros de su voluminosa biblioteca, que leía cada vez menos y que había aprendido a disfrutar de sus nietos. Hablaba con la sabiduría que dan los años y tenía las convicciones intactas. Charlamos de política, de periodismo y de la vida. Había un dejo de nostalgia que era nuevo en él, siempre tan seguro, tan duro, tan convincente. Era como si se hubiera ablandado, como si se estuviera despidiendo. Me fui en paz, como me ocurría cada vez que hablaba con él, pero también con la sensación amarga de que no volvería a verlo.

La noticia de su muerte me conmovió. Como en un acto reflejo, corrí a mi biblioteca a buscar sus libros, a escudriñar en sus enseñanzas, como si en ellas pudiera recuperarlo y, de alguna manera, recuperar una porción de mi vida.

Me emocioné hasta las lágrimas al releer la frase que me dedicó de puño y letra en su libro "Ilusiones argentinas" (Planeta, 1995). Buscando afanosamente en internet los primeros homenajes, el periodista Carlos Rodríguez (Página/12) me recordó las últimas palabras que le había dedicado Pasquini Durán a su entrañable amigo Osvaldo Soriano: "Venimos a despedir a un hombre honrado y en esta época el calificativo es casi revolucionario. Soriano era un hombre honrado".

En el prólogo de "Ave César", Pasquini Durán escribió lo que para mí sería su más hermoso legado: "En la memoria del autor y de su entorno familiar más íntimo hay heridas abiertas y cicatrices que nunca dejarán de doler, igual que en miles de hogares que fueron sacudidos por el huracán de los años de plomo. A pesar de todo, en lugar de elegir el éxito fácil, incluso el bienestar económico de los que callan o adulan por conveniencia, Vaca Narvaja decidió hacerse cargo de esta responsabilidad, que no le producirá tal vez nada más, y nada menos, que sentirse un hombre libre y digno".

Así sea.

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