Reportaje a Máximo Quispe de la Mesa Nacional de la Tupac Amaru
El derecho a lo sagrado
Lunes 8 de marzo de 2010, por Prensa Tupac Amaru *

Max y las palabras. O donde las palabras quedan colgadas del silencio. O la memoria. Ser originario, ser kolla, tiene ese cuelgue donde el pasado pone profundidad de tiempo que es otro tiempo, que es otro espacio. Máximo Quispe viene hablando de su aldea, Río Blanco, cerca de Potosí.

Allí nació. Y Potosí es oro, es mina es explotación del hombre por el hombre. Del blanco. Ya mi bisabuelo y el abuelo de mi bisabuelo, siempre vivieron en esa comunidad dentro de la tierra del patrón. Nada tenían. Servidumbre es la palabra. Eso pienso. Mi padre cuando se moría un animalito, una vaquita, o eso, cobraba. Palos le daban.

¿Palos?

- Sí. Le sacudían duro. Capangas. Y siempre así. Por la comida. Por tener la casa que tampoco era sino del patrón. Mi padre –yo era niño- se fue a trabajar a la mina de estaño. Mis hermanos mayores lo siguieron. Mi padre murió de eso, tuberculosis.

Otros dos de mis hermanos en accidente, por derrumbe. Una hermana menor falleció por sarampión. Es triste. De once hermanos solo quedamos cinco. Pude estudiar la primaria, en la comunidad. Pero para una secundaria había que tener, además mudarse a un pueblo a 500 kilómetros.

¿Cómo son tus recuerdos?

Tristes. Es un dolor hondo. Ya tengo una hermanita discapacitada a cargo cuando apenas ando por los 10 años. Es como que no puede ser que a tu padre lo humillen y que solo te quede el silencio. Ha los 14 años me fui. Ya tenía experiencia por bajar a las cosechas. Estuve en Aguas Blancas, cruzaba la frontera para trabajar en la caña. Con todo, fijate que a los 17 años me regreso para hacer el Servicio Militar. Después ya volví a la frontera, Yacuiba. Trabajaba vendiendo artesanías nuestras y siempre que te corrían. Pero ya estuve organizando. La necesidad que no te atropellen. Ya estaba con mi mujer. Ya estábamos. Y mirá, de algo que me acuerdo, ahí ya peleamos, era organizar a los hermanos. Tenía 21 años. No con un objetivo, ni sabiendo lo que uno puede saber ahora de política, de la propia historia de nuestros pueblos. Antes, simplemente, uno vivía esa desproporción que es vivir explotado y creer que eso es el destino, que no hay otra cosa…
Es la memoria de Max Quispe dando tumbos entre pasado y presente. Estamos en su casa de Ciudad Oculta, en el corazón de esas 33 manzanas que conforman la Villa, en Lugano. Una villa que ya anda por el segundo piso, que viene creciendo como la 31, como todas las villas: a golpes de alma, a poner por el derecho a tener una vivienda. Ahí vive Quispe.

Sí vivís. De un padre, de una familia en estado de servidumbre a esta realidad, hay mucho que andar ¿cierto?

La vida- dice- La vida te va llevando. Son como impulsos. Estábamos en la frontera ahí, peleando por comer, por hacer algo. Y dijimos. Vamos a Buenos Aires. Y nos vinimos. Sólo teníamos una dirección de un conocido. Y lo primero que me sorprendió de Buenos Aires – en realidad, del Gran Buenos Aires, es que la gente se durmiera en los colectivos. Yo me decía, ¿pero como se pueden dormir? Eso hasta que comencé a trabajar en una fraccionadora de verduras, esas que ponen las cosas en una bandeja. Todo el día en ese frío. Muchas veces me dormía y aparecía en Liniers. Entendí lo que era dormirse en un colectivo. Después empecé en la construcción. Ya hacía mis trabajitos, uno le va entrando a esta ciudad. No fue fácil.

Ser indio no es fácil.

No. Todo pobre la pasa mal, pero la piel te marca. Pero uno le mete pata. Hay que darle de comer a los hijos. Vive sin detenerse a pensar. No hay tiempo. Y se nos viene el 2001. Dios. Que duro fue eso. Mi mujer comienza a llevar las chicas a un comedor comunitario. “Podés venir” me decía. Pero yo no. Como voy a ir a un comedor de esos. Y me traían un poco de harina de maíz y pan rayado y me hacía tortilla a las brazas. De eso vivía.

Te daba vergüenza...

Es que se aflojás ahí… es otra vez no ser nada. Así la veía, después cuando nosotros comenzamos a poner copa de leche, a poner comedores, bueno, uno se va modificando. Pero en eso, mi mujer la tenía clara. La chicas –eran las tres mujerecitas- comían.

El camino hacia el pasado

¿Cómo entro en los movimientos sociales? Fue un andar. Estuve en otras organizaciones, compañeros que me ayudaron, que después hubo diferencias, apareció la CTA y digamos que un día vino Milagro. Acá, a Ciudad Oculta. Milagro se reía que cocináramos con un horno de barro en Buenos Aires. Después fuimos a Jujuy, vimos la Tupac y ahí es como que te encontrás…

¿Con tus hermanos…?

Hay mucho de eso. La Tupac tiene ese componente de pueblo originario, de levantar la whipala. Entonces uno sabe que existió Tupac Amaru. Sabe de luchas uno ya sabía sin saber. Yo sabía de lo valeroso de mi pueblo a pesar de haber nacido en estado de servidumbre. Te das cuenta que sos un hijo de la tierra. Y si uno hace un recuento ¿no? Desde donde salió, ve que está recorriendo el camino de vuelta, que nunca te vas a ir de tu tierra, de tu comunidad. Porque uno está como en dos lados, te digo: está la vida cotidiana, el hacer, el compartir, pero como una sombra, o por debajo, está esa identidad trabajando siempre. Eso estuvo siempre. Estuvo en mi padre aunque haya muerto mal. Uno no podía ser menos que otro por el color de la piel.

¿Y ahora tupaquero?

Max Quispe, sentado en el patio, detrás el gran horno de barro, una perra que ladra cada vez que sospecha que tiene que hacerlo. Han entrado dos niñas, las mayorcitas de Max. Hay dos vecinas, comadres, que han escuchado mientras Max hablaba. Nada que ocultar. Son -otra vez la palabra- el silencio. Que no es eso, hay una forma de quietud en el cuerpo, de roca. De Puna.

Entró Milagro. Se sabe, sobre todo nosotros, los originarios, te reconocés. Encontrás tu lugar en el mundo. Ya la cosa cambia. Se abre la cabeza, se ve la propia historia. Y yo te la cuento y digo, desde aquel casi niño que bajaba a las cosechas a este presente, es como que tenés marcada la historia no solo la propia, sino la historia de nuestros pueblos. Evo es la historia de nuestro pueblo.

¿Y cómo viene lo que viene?

Yo estoy trabajando –allí me designó la organización- en un desafío grande que tenemos los pueblos de la tierra: unirnos. Unir fuerzas. Mapuches, Qom, kollas, guaraníes, todos. Unir, estar unidos. Y te digo que nos es fácil. Existe tanta maldad, tanto querer seguir jodiendo a nuestros pueblos. Y nos han jodido tranto, que muchos hermanos se niegan a reconocerse en sus ancestros. Acá mismo, en Ciudad Oculta o en el Gran Buenos Aires: eso es un pozo, hay que salir a rescatar a los hermanos y hermanas. Arta tarea tenemos en eso…

Max ¿Cómo te sentís, adentro?

Max piensa. Tiene la risa fácil. La suelta tranquilo. La perra ladra. Corre hacia la puerta de entrada, ladra como una loca y después vuelve a su lugar. Las dos hermanas esperan que Max responda.

Queda mucho por hacer- dice. Hace días nos hemos reunido con hermanos de otras comunidades. Estamos empujando. Ellos también han comprendido que estamos en otro tiempo, que este es nuestro tiempo. Y está la Tupac. La Tupac tiene esa carga, lo que vendrá, lo que seremos como pueblos originarios, como organizaciones sociales, como proyecto revolucionario. Hay que avanzar en esos dos niveles, recuperar la identidad, la tierra, el habla de cada uno de nuestras naciones. Y otra que no estamos solos, que hay que juntar fuerzas. Pero hay algo que es evidente para cualquiera: los pueblos originarios han despertado y este es su tiempo, nuestro tiempo. Eso veo.

¿Queda algo?

No. O sí. Trabajo. Darle. Parecen palabras y lo son pero el futuro lo tenemos que ganar. Nadie te regala el destino. Yo me veo, a veces yo me veo a mi mismo cuando era chico, allá en mi comunidad. Y sueño con que esa tierra. Que ha sido nuestra, y que volverá a los pueblos originarios. Es derecho por el árbol, el agua, un manantial, el respeto por la naturaleza, eso es sagrado. Nosotros lo sabemos.


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Equipo de Comunicación de la Organización Barrial Tupac Amaru-CTA

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