
Es un espacio de inserción para 32 jóvenes y adultos. Todos a clases. Un local de la calle Necochea donde Lengua y Matemática conviven con materias como Cooperativismo. El bachillerato funciona en un local en Necochea al 1200, donde La Boca no es Caminito ni fútbol, sino uno de los barrios más postergados de la Ciudad.
“Acá tengo una posibilidad, no la quise desaprovechar y sé que no me equivoqué”. Aunque las clases empezaron hace poco, Sebastián, de 24 años, habla en pasado del momento en que tomó la decisión de volver a la escuela. Su presente es otro: de nuevo en carrera, convencido y entusiasmado con la idea de terminar el secundario: “Si tengo que elegir, me quedo acá y no me voy, porque sé que me conviene muchísimo”, remata en la puerta del local que hace de aula del recién inaugurado bachillerato popular “Germán Abdala” en el barrio porteño de La Boca. Desde el 8 de marzo, 32 jóvenes y adultos cursan el primero de los tres años que prevé la currícula para obtener el título oficial de perito auxiliar en Desarrollo de las Comunidades.
De lunes a viernes, en este nuevo modelo de secundario se fusionan los clásicos conocimientos en lengua, matemática, biología, con materias vinculadas a los saberes populares, como problemáticas sociales contemporáneas, cooperativismo y técnicas de trabajo intelectual. “La idea es colaborar con la formación de sujetos sociales críticos. No sólo nos preocupa la calidad de los contenidos, sino también la calidad humana y el compromiso social”, declara la licenciada Vanina Catalán, integrante de la pareja pedagógica a cargo de las clases de cooperativismo.
El bachillerato funciona en un local en Necochea al 1200, donde La Boca no es Caminito ni fútbol, sino uno de los barrios más postergados de la Ciudad. Después de cinco años de trabajo de campo, tres organizaciones sociales decidieron actuar sobre la deserción escolar.
Fernando tiene 18 años y en el barrio lo conocen por Pipi. Hace dos que “colgó los libros”, pero vivir a la vuelta del local-escuela lo incentivó a retomar los estudios para no tener limitaciones a la hora de buscar trabajo. “Noto muchas diferencias con un secundario normal; por ejemplo, acá hay mucha interacción entre los estudiantes y los profesores. Tiene mucho poder la palabra, y creo que eso es bastante importante”. En los bachilleratos populares, las decisiones se toman en asambleas abiertas, en las que participan alumnos y docentes. Con esta metodología, se evitan los organigramas piramidales. Así, los directores, por ejemplo, son reemplazados por coordinadores que facilitan la comunicación y el trabajo, pero sin mayor poder de decisión que el resto. La horizontalidad y la participación encabezan los principios formativos de la educación popular.
En 2009, una investigación de la Fundación Cimientos destacó ciertas características del dispositivo escolar formal que actúan como barreras para la inclusión educativa: contenidos, actividades y explicaciones que se repiten, numerosas inasistencias de docentes, reiterada suspensión de clases. Para Graciela Krichesky, del área de Investigación y Desarrollo de Programas de la organización, se necesita un esfuerzo de imaginación para que la escuela cambie y pueda ofrecer mucho más de lo que está ofreciendo a los que menos tienen.
Michelle cumplió 16 y su experiencia confirma la problemática de alumnos en situación de “riesgo educativo”. Este año prefirió probar con el bachillerato popular: “Tenemos materias diferentes que apuntan a lograr una unión en la sociedad, que eso es algo que en una escuela ‘normal’ no te enseñan”. Esperando que su opinión sea escuchada, plantea: “Para mí, hoy en día la enseñanza es bastante cuadrada. Esto se sale de los parámetros normales, por eso está bueno. Es otra opción”.
Los Bachilleratos Populares de Jóvenes y Adultos surgieron con la crisis de 2001, organizados por movimientos sociales. Hoy funcionan diecisiete centros educativos en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano. Sin embargo, para el Estado estas experiencias se mantienen invisibles. Aunque fueron reconocidos a través de distintas resoluciones, la formalidad estatal todavía no garantiza los recursos básicos: salario para los docentes, becas y viandas para los estudiantes, presupuesto para infraestructura y para material didáctico. Una vez más, el Estado se desliga de su indelegable responsabilidad con la educación pública y gratuita.
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