
En la ciudad de La Quiaca, en la frontera norte, a 3.500 metros sobre el nivel del mar en el primer día de la marcha y bajo la conmovida mirada de Milagro Sala, sucedió algo extraordinario: por primera vez en mucho tiempo y, quizás, por primera vez institucionalmente, los pueblos guaraníes de las yungas se reunieron con Omaguacas y otros de la puna y la Quebrada de Humahuaca, genéricamente conocidos como coyas.
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* Secretario de Comunicación de la Organización Barrial Tupac Amaru-CTA |
El motivo, una acción trascendente: marchar a Buenos Aires, en el marco del Bicentenario para pedir a la Presidente un reconocimiento de pleno derecho a las comunidades originarias, por parte del Estado Argentino, además de la protección a la madre tierra violentada, groseramente, por la contaminación ambiental.
Se encontraban ahí, acompañando el acontecimiento, muchos militantes entusiastas (no originarios) que apoyaron explícitamente la acción como Hugo Yasky, secretario general de la CTA nacional; Carlos Girotti, de Carta Abierta; Fernando Acosta, de la CTA Jujuy.
Tratándose de una reunión de hermanos indígenas hubo,
obviamente, una ceremonia propiciatoria a los dioses andinos -como corresponde a la pura espiritualidad de esas etnias-, con sahumerio y ofrendas incluidas. Hubo también allí otro episodio notable: quien ofició la ceremonia fue Mama Quilla, Amauta del Tiwanaku, Bolivia, la que unos meses antes condujo la participación de las mujeres Aymara en la asunción de Evo Morales Aima, como jefe indígena de las Américas.
De tal manera, referentes locales puneños de lugares como Tafna (provincia de Jujuy) y Nazareno (provincia de Salta), se abrazaban con los coyas de Maimará o Tilcara y los guaraníes del Talar, Libertador General San Martín o San Pedro. Poco después y al igual que sucedió 64 años antes, en el “Malón de la Paz”, partieron hacia la capital de Jujuy donde los hermanos eran esperados por los compañeros la Red de Organizaciones Sociales, ansiosos de integrarse a la marcha.
Allí, ya entrada la nochecita, fueron recibidos en el Parque San Martín con aplausos, vivas y bombas de estruendo (como corresponde al ritual propio de las luchas callejeras en las orgas) donde todos se encolumnaron en una impresionante movilización por las calles de esa ciudad, hasta Plaza Belgrano, donde se había levantado un palco frente a la Casa de Gobierno, en la esquina de San Martín y Gorriti.
Al frente de esa columna, caminaban los referentes de las comunidades de Tafna, Nazareno, Coyas y Guaraníes. Mamá Quilla -con sus atributos ceremoniales-, presidía el conjunto mientras dos acompañantes, también del Tiwanaku, soplaban sus pututos; los pututos… cuyos sonidos profundos, cuasi tibetanos, poblaban la noche de la ciudad jujeña con resonancias milenarias.
Llegados todos frente al palco, se ofició otra ceremonia y se expresaron algunas palabras. Luego, los promesantes de esa gesta se fueron a descansar y a prepararse para la partida a Salta, el jueves 13.
A esta altura de la crónica, pienso en los 2 millones de indígenas del país, en el hambre, la enfermedad y el extrañamiento que padecen. Pienso también en los 20 o 25 millones de habitantes del país que llevan en sus vísceras, conscientemente o no, la genética, la sangre de esos pueblos que hace 15.000 años exploraban ya estas comarcas buscando la “tierra sin mal”.
Jueves 13 de Mayo de 2010
Salida de la ciudad de Jujuy y curiosa llegada a Salta
Hacia el mediodía del 13 de Mayo, en la misma plaza y en el mismo lugar en la cual hubo una ceremonia la noche anterior, los hermanos prepararon nuevamente un ritual mientras, alrededor de ellos, crecía una multitud expectante.
Los referentes de cada una de las comunidades formaron un circulo sagrado y, dentro de él prepararon un altar para ofrendas. Mama Quilla, atenta, movía su sahumerio como el péndulo de un reloj mágico mientras el aire se poblaba de un fragante aroma de incienso y koa. Los Coyas extrajeron de su estuche una larga pipa para compartir solidariamente, el humo del tabaco.
En el altar –un sencillo mantel extendido sobre el piso-, cada uno de los hermanos ofrecía un presente a los dioses para que la marcha tuviera un resultado exitoso. Flores blancas, dijes, tabletitas con formas de distintos objetos útiles e imprescindibles, caramelos y hojitas de coca, eran colocadas sobre el altar. Mientras tanto, un grupo folklórico propalaba música andina y los pututos dejaban escuchar su lamento profundo.
Finalmente, el mantel con las ofrendas fue puesto sobre la parte superior de una pequeña pirámide de leña, de cono truncado, a la cual le prendieron fuego para honrar a la pacha. Cuando el “abuelo fuego” se extinguió y la pipa ritual dejo de echar humo, se escucharon un “JALLALA” y un “Yasurupay” vibrantes de agradecimiento. Luego, todos comenzaron a danzar de alegría.
La histórica plaza de Jujuy, donde el general Belgrano bendijera la primera enseña patria, en 1812, se trocó de pronto un espacio antiguo y lejano, extraño y majestuoso como la cadena enhiesta de las cumbres cordilleranas.
Luego todos subieron a los colectivos prestos para viajar a la provincia de Salta en busca de los hermanos de los pueblos de otras regiones.
La entrada a la ciudad de Salta, no fue fácil. Se trata de una población conservadora que se mueve al compás de una oligarquía criolla dominante y devota de falsas virtudes de supremacía. Su obsesión, el turismo y la protección de los visitantes, gringos, llenos de dólares y cámaras fotográficas. Por lo tanto, la llegada a la plaza central 9 de Julio, de un grupo de indígenas (en ese lugar estaba previsto el acto de recepción a los hermanos) marchando por las calles con sus ponchos, chulos y para peor, acompañados por la incontrolable Organización Barrial Tupac Amaru, se convertía en un problema de estado.
El título del diario más importante de Salta lo dijo todo: “Caos por el ingreso de la dirigente indígena Milagro Sala…” ¿Qué caos? Apenas un pacífico grupo de pueblos originarios buscando su destino trascendente. Claro, los “indios” sólo son seres exóticos, interesantes para las fotografías de los turistas, en sus comarcas o tolderías…
Apenas ingresada en el Parque San Martín –ubicado en los aledaños de esa población-, la caravana fue rodeada por la Guardia de Infantería de la Policía de la Provincia de Salta en actitud tensa y amenazante. Inmediatamente, Milagro se puso al frente y comenzó a negociar con los funcionarios provinciales.
Finalmente, los hombres del Gobierno aflojaron, cuando la dirigente, frente a las cámaras de televisión de la prensa les espetó: -“No entendemos porqué, en democracia, un grupo de hermanos indígenas argentinos, no puede entrar caminando a la ciudad de Salta...”
Entraron, caminaron y fueron aplaudidos por el pueblo, los ciudadanos comunes, corrientes, que están más allá de los prejuicios, las especulaciones políticas o los intereses económicos del sector dominante y discriminador.
No sólo eso; la determinación de Milagro culminó con un recibimiento a toda orquesta de los tupaqueros y las comunidades originarias de Salta con la ceremonia y los sahumerios correspondientes en el corazón del conservadorismo del norte argentino.
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