
Corina tiene 31 años y una hija llamada Camila que como no fue a la escuela busca entretenimiento en las oficinas del gremio. “Cada tanto me acompaña a las marchas y las asambleas. Se aburre un poco, pero bueno, a veces no queda alternativa”, dice la joven madre, militante del gremio que representa a los judiciales porteños y hacedora orgullosa de su propio destino.
Su sindicato, la AEJBA, nació en la Ciudad de Buenos Aires en el agitado 2001, un par de años después de la creación del Poder Judicial porteño. “Ingresé a trabajar en la Justicia cuando se constituyó, en el año 1999. Mi puesto estaba en el Consejo de la Magistratura. Y la verdad es que fue una experiencia bastante negativa, porque mi jefa era una persona que ejercía la violencia laboral con muchas ganas. No entendía nada de lo que eran mis derechos o la cuestión gremial”, recuerda Corina.
Pero las cosas cambiaron, y mucho. “Más tarde nació el gremio, pero yo no estaba afiliada ni participaba. De a poco algunos compañeros empezaron a afiliarse. Y después bueno, me reubicaron en un sector en el que conocí a los chicos que estaban armando el gremio y me enganché”. Es que sabía de algunas tareas administrativas. “Les ayudaba a armar la base de datos, las fichas de afiliación. Yo estaba para el trabajo más prolijo digamos, porque eran todos hombres, imaginate. Después, la necesidad de ir haciendo cada vez más cosas se presentó sola. Había que ir a hablar con la gente, hacer carteles, pegarlos. En fin, me empecé a enganchar cada vez más. Y me hice delegada”.
Ahora forma parte de la Comisión Directiva del gremio. Pero comenzó en su edificio, hablando con sus compañeros. Aprendiendo. “Me fui dando cuenta de donde estaba parada, de la realidad que estaba viviendo. Que tenía derecho a decir esto no lo hago. Que podía poner límites. No entendía nada y de repente empecé a darme cuenta cómo eran las cosas”, dice.
Cada vez más cómoda en este rol de contar, Corina se va aflojando. Y le pone palabras al sentimiento. “Yo empecé a participar más en el gremio cuando sentí que me abrían la puerta. Antes lo veía como algo muy hermético. Cuando me invitaron a sumarme para mi fue como algo casi irresistible, no podía decir que no”, explica. Está orgullosa de lo que hace. Y lo explicita. “El otro día estábamos en un acto en las puertas de un edificio y vi bajar a una compañera con la que vengo hablando hace años. Fue maravilloso verla ahí. Me sentí completa. Sentí que valía el esfuerzo. Que tal vez no consigamos el aumento, pero que ella estuviera ahí es mucho más importante, es una verdadera conquista”.
La cronista quiere saber sobre la tan promocionada idea de la “gran familia judicial”. Corina no deja lugar a dudas. “Es sólo un condicionante para que no nos organicemos. Es cierto que muchos llegamos al puesto de la mano de los jueces y magistrados. Y afiliarse parece como si le mordiéramos la mano al que te da de comer. Por eso es complicado que los compañeros se acerquen, porque tienen miedo de quedar etiquetados y que eso los limite en la carrera judicial. Hay muchos mecanismos de apriete. Te condicionan con las licencias, con los posibles ascensos. Es algo que está implícito. Pero está claro que si vos parás, o reclamas tus derechos, no vas a ser el que ascienda. Así funciona la familia judicial”. Contundente.
A eso se suma que el gremio que ellos construyen no tiene aún reconocimiento oficial. “Tenemos la simple inscripción gremial. Curiosamente, cuando nosotros iniciamos el trámite por la personería, allá por el 2004, se presentó la seccional 2 de la Unión del Personal de Justicia de la Nación, el gremio de Piumato. Y a pesar de que nosotros teníamos cumplidos todos los requisitos y de que somos el gremio mayoritario, el trámite quedó trabado por cuestiones políticas, porque estamos disputando la personería con un sindicato de la CGT, de un dirigente amigo de Moyano. Pero bueno, los trabajadores de la CTA ya saben cómo funciona esto ¿no?”
Y cae madura la idea de la Central, y de la Federación Judicial Argentina. “Nosotros éramos recontra inexpertos. Hasta que se acercó Matías Fachal, ahora secretario gremial, que conocía de la Federación. Y empezamos a tener contacto. La verdad es que nos ayudaron antes incluso de que nosotros decidiéramos afiliarnos”, reconoce. Y agrega: “También nos dieron muchas herramientas para discutir y entender esto de ser judiciales. Y de dar la pelea por la porcentualidad, que finalmente y después de largos meses de conflicto logramos alcanzar. Estoy segura que si no fuera por la FJA no sabríamos ni de que se trata. Y también nos acercaron a la CTA”.
Finalmente, el 18 de diciembre del año pasado, una asamblea resolvió la incorporación del gremio a la Central. “Yo no lo podía creer. Pensé que iba a ser más complicado, que no lo íbamos a lograr nunca. Porque acá es todo más difícil. Hay mucha gente joven que descree absolutamente de la política y de los sindicatos. Que ven la corrupción y les resulta difícil creer que hay quienes realmente queremos pelear por los trabajadores”, indica Corina.
En ese momento llegó Camila, que jugaba con la compu. Se acercó y le dijo algo al oído. Tiene cara de aburrida. Su mamá se apresura. “El otro día en una asamblea me pidió permiso para dejar de escuchar porque ya se había aburrido. No podía creer que en serio escuchó durante tanto tiempo cosas que ni entiende”, reconoce. Es que su tiempo transcurre entre reuniones, marchas, y reclamos. Hoy están en conflicto por mejores condiciones salariales. Y para Corina la cosa se pone cada vez mejor. “Ahora que estamos discutiendo salarios vemos que hay más conciencia de cómo funciona este mecanismo perverso. Porque los compañeros ya no sólo pelean por aumento, sino por una mejor distribución del presupuesto y por la porcentualidad, por la defensa de este derecho que nos costó mucho conseguir”.
Por último, y a modo de balance, vuelve a mirar para atrás en el tiempo. “Cuando empecé a trabajar estaba como adentro de una nuez. Ahora que salí puedo ver todo con más claridad. Y en eso fue importante el gremio, la Federación y también la Central. El concepto de igualdad que acarrea la palabra judiciales se lo debemos a la FJA. Y también la identidad de trabajador. A eso le sumamos el entender que no estamos solos en el mundo. Por eso nos gusta la CTA, porque nos interpela a pensar qué tipo de país queremos. Eso es lo que más me gusta de todo esto. El sentir que no se trata sólo de un gremio, sino de todos los trabajadores”, concluye Corina. Y su hija sonríe.
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