
Como con el viejo dilema de la frazada corta, en Toronto los líderes del G20 no pudieron dilucidar si lo mejor para el mundo es el equilibrio fiscal o los paquetes de incentivos al crecimiento económico.
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* Secretario de Relaciones Internacionales de la CTA; Secretario General de la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur; Coordinador Nacional de la Constituyente Social |
Es que pareciera que desde aquella reunión inicial de este grupo en el 2008, donde se había acordado mantener ese espacio como lugar esencial para la coordinación global y para motorizar los estímulos necesarios para que las economías heridas por la crisis se levantaran y caminaran, el calor de políticas anticíclicas perdió fuerza ante el frío del ajuste fiscal. Y así, entre tires y aflojes no hubo acuerdo sobre cuál es el rumbo que debería tomar la economía mundial para timonear las olas del ciclo actual del capitalismo global.
El G20, o sea el G8 de Alemania, Canadá, Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Rusia, más la Unión Europea y 11 economías emergentes: Sudáfrica, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México y Turquía, no avanzó en los viejos temas pendientes como la prohibición de los paraísos fiscales y la eliminación del secreto bancario, el impuesto sobre Transacciones Financieras para reducir los movimientos especulativos y recabar fondos para los costos sociales de la crisis, y la lucha contra la pobreza basada en la creación de empleos dignos y el respeto a la diversidad de organizaciones económicas alternativas. Muy por el contrario, los debates giraron en torno del ajuste versus el crecimiento, llegando a el compromiso salomónico de los países ricos a reducir en un 50% sus déficit en los próximos 3 años y de las economías a flexibilizar sus monedas.
De esta forma, después del diluvio de una crisis que en un principio pareció la oportunidad para reflexionar e innovar en la búsqueda de inclusión e igualdad entre países, llegó la imperiosa necesidad de los países ricos de volver al status quo anterior, a costa de avanzar sobre las conquistas sociales y sin poner en discusión el funcionamiento de las cadenas globales de producción y consumo, ni el rol de las políticas públicas en el direccionamiento de los flujos de capitales.
Como en el “anton pirulero”, cada cual atendió su juego y mientras Europa dejó sentada en el documento final su voluntad de implementar ajustes financieros salvajes, los países emergentes, esta vez con el paradójico liderazgo de Estados Unidos que necesita consolidar su incipiente crecimiento y disminuir la tasa de 10% de desempleo, lograron colar una tibia “necesidad de estimular el crecimiento”.
La clave para armonizar estas posiciones excluyentes nadie la ha dado: cuando la frazada es corta, hay que elegir entre taparse los brazos o los pies; quizá sea hora, entonces, de cambiar de abrigo.
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