Marta Molina, de la Organización de Trabajadores de Maestranza
“La CTA me dio más armas para luchar”
Miércoles 4 de agosto de 2010, por María Mendez *

La cita con Marta es en el local de la CTA de Capital Federal. Para ella es como llegar a casa. Todos la conocen, la saludan. Y ella, con voz suave y tierna responde cálidamente. Recién termina de trabajar en el edificio de la Cancillería, su lugar de pertenencia.

Allí donde están sus compañeros de la organización, los que creen que es posible vivir mejor y pelean por mejores condiciones de trabajo. “No somos fáciles, tenemos nuestras cosas, pero la estamos peleando”, dice segura.

Marta tiene 40 años y dos hijos varones. Uno de 22 que la hizo abuela hace poco más de un año y otro adolescente de 14. “Fui delegada hasta hace dos años. Ahora trato de poner toda la energía en el estudio. Y además educo a futuros luchadores que son mis hijos, porque la enseñanza empieza por casa. Eso lo aprendí en estos años, que hay que saber defender los derechos, pero primero hay que conocerlos”, explica mientras su mirada parece perderse por los pasillos de la Central.

Ella, junto a su compañera de trabajo Elisa Juárez y un grupo grande de hombres y mujeres encargados de la limpieza en este organismo estatal, integra una de las tantas organizaciones y agrupaciones que nuclean a trabajadores de ese sector tan castigado. “Lo más importante es entender que tenemos que funcionar como grupo, no como personas individuales, porque lo que hace o no hace alguno de nosotros perjudica al resto. Y en ese sentido nuestro gremio es muy difícil. Hay mucha necesidad, el trabajo cambia permanentemente, vamos de empresa en empresa. Y eso hace que muchos no conozcan nada acerca de sus derechos. Y menos de que es posible organizarnos”, reconoce Marta. Y hace silencio, como tratando de encontrar las palabras.

A pesar de esas dificultades, ella y sus compañeros lograron ser reconocidos dentro de la Cancillería, tienen delegados elegidos por el voto directo y alrededor de cien afiliados a su organización que, como muchas otras, comenzó los trámites por el reconocimiento y la personería gremial. “Con la lucha hemos logrado que todos, tanto las empresas, como el Estado y hasta los propios trabajadores, crean que nuestros patrones son las contratistas y también la Cancillería. Porque somos empleados tercerizados, pero no nos movemos de ahí. Cada vez que termina el contrato de alguna empresa ellos se van, pero nosotros nos quedamos. Y nos contrata la nueva empresa que llega. Eso es producto de la lucha y hay que defenderlo todo el tiempo”, cuenta orgullosa.

Cada gesto, cada palabra, parecen inundar a Marta. Cuando habla de su madre, o de sus hijos, y hasta de su compañera de luchas, a quien llama Eli, sus ojos se inundan. Y también rebalsan. “Nada es gratis en la vida. Por lo menos en lo que me tocó a mí. Todo es en base a la lucha, el sacrificio. Y se crece avanzando. Porque todos empezamos con miedo a perder el trabajo, pero de a poco te vas fortaleciendo. Yo antes, cuando era cajera en Coto, me defendía aunque tuviera miedo. Peleaba por mi tiempo de descanso. Pero tenía armas sólo para protegerme a mí. Acá entendí que no sólo hay que quejarse, sino que hay que pensar opciones. Y que no hay que hacerlo solos, sino todos juntos”, dice.

Y de eso se trata la vida de esta joven mujer. Cuando se casó, a los 23 años, decidió que quería terminar el secundario. Y después se puso a estudiar en la Facultad. Pero llegó su segundo hijo, la enfermedad de su madre, y sus prioridades cambiaron. Necesitaba trabajar. En 2006 llegó a la Cancillería para trabajar en la limpieza. Conoció a muchos que estaban en la misma. Y resolvió que era hora de hacer algo. “Descubrí que había compañeros que la peleaban, que había una organización. A los seis meses de entrar había elecciones de delegados y alguien me dijo: vos podés ayudar. Me convencieron. Y aprendí a ver la vida desde otro punto de vista. Y sacar las cosas buenas que uno tiene, esto de la vocación al servicio que yo tengo”, relata.

Y no todas son buenas. También dice que aprendió a ver lo malo. “También me di cuenta que uno no puede creerse que tiene toda la responsabilidad, porque yo me lo tomaba muy a pecho. Soy un poco sobreprotectora. Y entendía que no eran cien compañeros, sino cien familias. Y verlo desde ahí se me hacía muy pesado. Porque además, al ser delegado y no tener un reconocimiento siempre estás en la mira de las empresas. Tenés que ser intachable como empleada, respecto a las faltas, a las llegadas tarde. Entonces bueno, ahora decidí no presentarme. Aunque igual estoy y no puedo evitar involucrarme”, dice y se sonríe.

A Marta la reconforta recordar sus hazañas, sus conquistas. En casa y en el trabajo. Dice que le gusta ahora tener más tiempo porque volvió a la Facultad a terminar su carrera de Contador Público. Y que también necesita estar en casa porque “no es fácil criar un hijo adolescente en estos tiempos”. Usa muchos ejemplos a la hora de explicar la importancia de la organización. “El mayor logro de todos fue cuando ganamos Palacio. Por lo menos para mí. Los compañeros que estaban en ese edificio eran empleados de una cooperativa encubierta. Ganaban mucho menos que nosotros y estaban cruzando la calle, en el mismo organismo. Logramos que Cancillería intervenga y pasen a cobrar lo mismo que nosotros. Y denunciamos a la cooperativa porque era una vergüenza que siguiera licitando en otras dependencias. Nunca me voy a olvidar el día que mi compañera me contó que esa cooperativa no iba a poder presentarse nunca más a una licitación dentro del Estado. Eso fue impresionante. Fue una ganada de verdad”, recuerda.

Eso es la organización de maestranza que crece en la Central. Y Marta lo sabe. Por eso, cada vez que puede, habla de que es importante juntarse con otros compañeros que están en la misma. Y no sólo en Buenos Aires. “La clave para poder organizarse es la información. Si uno no sabe sus derechos no los puede defender. Después es importante tener la conciencia, porque el derecho puede estar, pero si uno no lo defiende, no lo plantea, no lo pelea, no se consigue nada. Y otra cosa importante es poder sostener las conquistas. Y para eso hay que ser muchos y estar todos juntos. Por eso necesitamos armar un espacio grande dentro de la CTA”, dice y se entusiasma.

Sus ojos se iluminan. Se queda en silencio unos instantes. Y depués pide hablar de la Central. “Lo que más me gustó de la CTA es que no tenés que esperar que venga alguien para pelear por vos. Somos nosotros, con las ganas, la capacidad y el tiempo, los que podemos ser protagonistas. Yo siempre fui rebelde y he peleado sin armas. No siempre me fue bien. Pero con la CTA aprendí que sí se tienen armas cuando es justo lo que se pide. Y bueno, aprendí a usarlas”.

Mujer guerrera, tenaz, reconoce que le costó mucho aprender a discutir con los patrones. “Acá me enseñaron a discutir. Antes, sentarme frente a los funcionarios era tremendo. Y no sólo por el machismo, sino por la diferencia de clases, ellos son universitarios y nosotros limpiamos pisos. Imaginate. Somos el último orejón del tarro. Yo me ponía muy nerviosa, entonces lloraba o gritaba. Después entendí que es posible decir todas las cosas sin usar el insulto. Y ahora tenemos ganado el respeto de los funcionarios a fuerza de saber discutir y no bajar los brazos”, concluye.


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Redacción

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