Un país para todos
Resistir en los márgenes
Jueves 12 de agosto de 2010, por Tabaré Alvarez *

“Ser marginal es como estar colgado en el extremo, no sólo hablo de la pobreza, sino donde la propia identidad que parece perdida o negada – lo aborigen, por ejemplo. Con eso hemos trabajado. Hemos venido trabajando en la escuela es la autoestima en los niños y sobre todo en los adolescentes. Es una paradoja, tener que convencerlos que tienen algo valioso, que no deben ser el otro, deben ser ellos”. Eso dice el maestro. Es de Jujuy. Es la Escuela Germán de la Tupac.

Autoestima. Ser marginal es vivir en la oscuridad, con la supuesta esperanza de ser el otro. Un país donde existe el otro. Estar en el margen, caído, es vivir en una sociedad donde la única real cultura es la que te niega. Expulsados a la pobreza extrema, donde se fuerza la mutilación de identidades de hombres y comunidades y se pretende cortar toda forma de esperanza para mantener, precisamente, eso que soy.

La dominación al extremo que el otro sólo puede ser en la medida que acepte no ser. Esa alternativa excede lo étnico para mutar hacia las profundidades de una sociedad que solo acepta como existente su propia propuesta cultural. De ese país, de eso que somos, damos estas palpitaciones.

La cultura única.

Entonces, esa mujer que viene caminando desde el fondo de La Impenetrable, no es. Una aborigen, una mancha oscura en el camino. La mujer camina con un niño en brazos. Por momentos parece detenida y el sol que cae sobre un fondo de árboles. Caminaba y parece caminar en el mismo lugar, sin fuerzas. Pasó una camioneta en sentido contrario. El polvo quedó flotando, casi rojo en el atardecer, una nube sostenida por nada. Y el tiempo detenido. Luego la figura de la mujer se fue dibujando, se hizo humana. Ya era casi noche cuando llegó ante el rancho. Llega. Toma agua del pozo, con la mano. Le mojaba la boca al niño. O eso parecía en la distancia. No se acercó a la casa. Estuvo ahí.

- Hace días que salen del monte. Es la seca.

Eso dijo el hombre. La india se acuclilla. Amamanta al niño. Es el Chaco. No habla castellano. O no quiere hablar. Acepta un pedazo de pan. Mastica en silencio. Una efigie.

Horizontes humanos.

Hay una foto. Es una jubilada frente al Congreso. Cuando habla llora. Habla de aumentos, de promesas, de luchas. Habla. Sin embargo ella parece estar más hermanada con la mujer wichí que con el centro. Hay otra escena donde otra mujer carga- es La Quiaca- una bolsa para cruzar el puente y ganar unas monedas. Deja la vida. Generaciones que han dejado la vida en la caña, en ser bagayeros. Y hay cientos, como hormigas que van trasladando bolsas, una carga de un camión desaparece en media hora.

Y está el horizonte, ahora es La Puna.

Brutal, el techo del mundo. Belleza estremecedora, si cabe la palabra ante unas estrellas que brotan como para que las descuelgues de un salto. Palpitan en la noche.

El país ausente.

Usted no puede entender –dice en enfermero de una pueblito del otro lado de las montañas, en Santa Victoria Oeste. La televisión ha fracturado todo. Los chicos, las muchachas se van antes de los 15 años. Quieren ser eso que ven. No lo que se ven. Desaparecen. Quedan los viejos y los niños que les traen para que se los críen. Cada año o cada dos años les traen a los viejos sus niños y se vuelven a ir. No todos. O después algunos ya se vuelven. Pero han dejado de ser. Ya no son vallinos, tampoco son de la ciudad. Quedan así. Sin ser.

Son palabras.

Están los que pelean duro. De la periferia al centro. Del margen al centro. Todo es campo de batalla, y el partido está en juego. No hay un final, nadie puede no dejar de asombrarse del resurgimiento de las culturas milenarias. Pero siguen ser sin. El otro no es sino una se produce la modificación masiva en la sociedad. Ser el otro o nada.

Estar al margen.

Ese hombre relativamente joven pero de cuerpo castigado que duerme bajo la recoba del Cabildo ¿en que categoría lo metemos? Está a metros de todos los bancos, del ojo del poder. Nos mira desde la nada. Le preguntamos por su vida. Niega su vida. No. No. Dice. No. Pero algo habrás querido ser. “Quería ser feliz”, dice una voz, apenas asomando su nariz entre los cartones que lo cubren del frío.

Navegaciones.

Hay un viejo, ya lo conté alguna vez, El viejo parecía estar solo. O no parecía importarle el gran movimiento que había a su alrededor en el andén de la estación Retiro. Sólo si se observaba detenidamente, uno podía darse cuenta que la mujer que lloraba detrás de él, era su mujer. También era necesario detenerse sobre los tres hombres y dos mujeres que rodeaban a la anciana, para comprender que ella lloraba sin consuelo junto a sus hijos, cubriéndose los ojos con una bufanda de lana amarronada por el uso y el tiempo.

Pero el viejo parecía no estar ante esa multitud, ni siquiera notar la alegría de las despedidas, las muchachas que pasaban con sus rostros resplandecientes, oscuros, o lo gritos de los muchachos vestidos con jeans elastizados, todos preparados par volver a sus pueblos, en Santiago, en Tucumán. No. El viejo estaba ahí, de pie, todavía enfrascado en una lucha interna. "¿Por qué no se queda un tiempo más? Le preguntó la anciana. El viejo, sin parpadear, sin dejar de mirar como si nada existiera, pestañeó pero no contestó. Después dijo.

- Quiero estar allá. Quiero volver.

Eso es que repetía el enfermero. Tienen que volver.

O el maestro en plena Yunga diciendo, el mundo está cambiando para que dejemos de ser. Todo nos empuja a eso. Los niños vienen, estudian, pero esa noche toda se apretaran ante un televisor, el único que hay disponible en la aldea. Creo que eso de no ser,

La marginalidad

El asunto, la médula si se quiere, es borrar la memoria del otro. O ese se pretende. Ser pobre, tener hambre, no tener techo. Eso es pobreza. Lo que está en juego es que ganen. Que lo único válido es lo que ellos imponen como cultura. Ser kolla es saberse kolla y no dudarlo. Los chicos. Yo cuido eso en los chicos. Que sepan diferenciar. No será fácil. Nunca lo fue. No podemos aceptar eso que quieren imponernos. Es dejar de ser.

- Y el hambre empuja a la marginalidad.

No es el hambre. Le repito- dice el maestro. Nos quieren empujar de nuestro yo. Es el eje, es dios, es como se mira un árbol. Los griegos fueron quienes inventaron la palabra bárbaros. Todo lo que no fuera griego, era bárbaro. ¿lo sabía?

- No. ¿Usted leyó a los griegos?

- He leído. Es una pelea antigua. No somos marginales. Podremos ser pobres o no saber escribir o no tener que comer, pero no somos “los bárbaros”. Somos el pueblo kolla.

Eso dicen. Somos. Entonces lo marginal, el individuo invisible se diluye bajo la recoba del Cabildo o en medio de la Puna de Atacama: es una categoría, no la realidad. El margen no sólo existe sino persiste.

Bueno. De ese país queríamos contar.

Y las montañas. Estar en la naturaleza.

Horizontes de una geografía. Es hora de dejar paso a las imágenes, que ellas digan, que tengan su voz. En esos espacios es donde se refugian las culturas marginales. La identidad del anonimato. Desde allí vienen ejerciendo la resistencia. Y eso, por un país para todos.

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