Se puede
Jueves 9 de septiembre de 2010, por Juan Carlos Giuliani *

Desde el retorno de la democracia en diciembre de 1983 -o quizás desde antes, cuando en plena dictadura algunos sectores políticos “progresistas” propugnaban la confluencia cívico-militar como una salida viable al marasmo del terrorismo de Estado- se verifica en el seno de la militancia la existencia de un debate inconcluso signado por el posibilismo.



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Secretario de Comunicación y Difusión de la CTA.

Esta idea de no hacer olas surge del sofisma que define a la política como “el arte de lo posible” para restarle cualquier posibilidad de rebeldía transformadora a la acción de las masas. Olvidan que cada vez que irrumpió el pueblo derrapó el orden oligárquico-imperial.

El “progresismo” argentino está impregnado hasta el tuétano por la ideología del posibilismo. De acuerdo con ese relato, que subraya el concepto de lo posible por sobre lo necesario, la realidad sólo puede ser modificada en dosis homeopáticas, so pena de provocar la ira del poder y, con ello, desbaratar cualquier intento aunque más no sea tibiamente reformista. Sus portavoces terminan siendo cancerberos de la participación popular al promover la inacción social con el argumento de no asfaltar el camino al conservadurismo.

Una encuesta publicada a fines de 2009 por el diario Página/12, indica que a 26 años del retorno democrático hoy prevalece una imagen negativa sobre el sistema y sus instituciones. La imagen positiva de la democracia en la actualidad se reduce al 36 por ciento de los argentinos. Sin embargo, esta valoración es muy superior a dos de las instituciones sobre la que se sostiene la división de poderes: la Justicia y el Congreso Nacional. Estas sólo tienen un 15 por ciento de imagen positiva cada una. Los datos surgen de un trabajo realizado por la consultora Pulso Social Investigación en la última semana de noviembre de 2009 en base a una muestra de 925 casos en todo el país.

Allí, la valoración de la democracia como idea triplica la valoración sobre los partidos políticos, y septuplica a los políticos en sí. Los políticos, obteniendo sólo un 5 por ciento de imagen positiva, son el reflejo de una crisis sobre la capacidad de la clase dirigente para liderar el proceso actual y pone en cuestión la credibilidad del sistema.

La actuación tanto de la Justicia como del Congreso y los partidos es desaprobada por más de la mitad de los entrevistados. Esta imagen pesimista en cuanto a su actuación en el marco institucional llega a su extremo en la evaluación de los políticos que son vistos en forma negativa por siete de cada diez argentinos y sólo un 5 por ciento los ve positivamente. Casi seis de cada diez argentinos tienen una imagen negativa de los partidos políticos, y apenas en uno de cada 10 es positiva.

El dato más relevante es que la percepción indiferente de la democracia se profundiza en la franja que va de los 18 a los 30 años, donde el 44 por ciento se expresa de esta forma. La mayoría de los jóvenes no acepta el destino de frustración que le tiene reservado a los “representados” este formato de democracia, donde el doble discurso de los “representantes” es el pan nuestro de cada día.

Las cifras hablan por sí solas y refrendan la profundidad de la crisis de representación política que irrumpiera ataviada de pueblada en diciembre de 2001. Lo que está en tela de juicio es el apotegma según el cual “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. Está en danza la elaboración y ejecución de propuestas mucho más participativas, que doten de carnadura social, protagonismo colectivo y sentido de igualdad al sistema democrático. Para que la consulta, el debate y el consenso primen sobre la imposición, es menester, como quería Monseñor Angelelli, gobernar “con un oído en el pueblo”.

La práctica y la teoría confrontadas en la dialéctica diaria por miles de trabajadores, delegados, militantes y activistas de organizaciones populares en todos los rincones de nuestro país, muestra a las claras -contrariamente a lo que presume el discurso posibilista que paraliza la construcción colectiva- que se puede ir forjando el programa de la Nueva Argentina expresado en una justa distribución de la riqueza, soberanía sobre nuestros bienes naturales, democracia participativa e integración latinoamericana.

Un inmenso voluntariado comunitario, compuesto principalmente por mujeres y jóvenes, está empeñado en aportar, sin claudicaciones y desde nuestra identidad de clase, a la construcción de un nuevo proyecto emancipatorio.

Después de todo, la resignación no hace historia.

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