Un día maldito
Miércoles 6 de octubre de 2010, por Juan Carlos Giuliani *

¿Era posible hace 518 años conquistar un continente sin invadirlo? ¿Es factible hoy en día imponer el neocolonialismo sin la silenciosa invasión de las políticas culturales emanadas de las usinas del poder mundial?



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Secretario de Comunicación y Difusión de la CTA.

Porque en Irak y Afganistán los Estados Unidos no se quedaron de brazos cruzados esperando que las clases dirigentes locales le dieran una mano.

Guerra preventiva mediante bombardearon e invadieron países donde todavía están sufriendo un revés espectacular que ni tan siquiera la dictadura mediática puede invisibilizar.

Pero, ¿en todos los casos utilizan los medios directos de ocupación? Rotundamente no. Para llevar adelante sus siniestros planes de dominación, el imperialismo se respalda en sus socios autóctonos.

Al fin y al cabo, ¿se puede triunfar en la empresa del vasallaje de una potencia sobre otra sin el concurso de las oligaquías cipayas nativas que se alinean tras el invasor? ¿No fue ése, acaso, el papel que jugó Malinche para que Cortés conquistara Tenochtitlán?

Bajo disfraces de ocasión, el “malinchismo” sigue vivito y coleando en los albores del siglo XXI. Lo hace de la mano de las clases dominantes en los países periféricos que siguen medrando en su rol de correa de transmisión de las ambiciones del imperio. Codicia que impide que los habitantes de estas tierras ubérrimas seamos lo que hubiésemos podido ser de no haber llegado Colón a estas playas aquel nefasto día.

Porque hay que decirlo con todas las letras: el 12 de octubre es un día maldito. Los españoles celebran su fiesta nacional en la que conmemoran el “Descubrimiento de América” y el nacimiento del Imperio Español que duraría desde el año 1492 hasta el año 1898. Los descendientes de las tribus que vivían aquí antes que llegaran los españoles recuerdan, con rebeldía, el dolor de ya no ser.

Los pueblos originarios que habitaban este suelo en paz con el universo fueron sometidos a sangre y fuego en nombre de la cruz y la espada que portaban los prepotentes señores de la muerte y el despojo.

El 11 de octubre de 1492 fue el último día de libertad de los indígenas. El arribo del colonialismo español causó el mayor genocidio conocido en la historia de la humanidad: ocasionó 70 millones de muertos e inauguró un régimen de expoliación que, salvo honrosas excepciones, rige desde hace cinco siglos.

Durante más de 500 años se verifica una resistencia tenaz al sistema de dependencia y explotación, que encabezó, entre muchos otros, Tupac Amaru. De su nombre salió la palabra tupamaro, utilizada por los españoles para nombrar a cualquiera que osara desafiar la autoridad de la corona. No fue el primer rebelde, pero si fue el más importante. Tampoco fue el último. Hoy son pueblos enteros los que se ponen de pie para enfrentar al imperialismo norteamericano.

Ese ejemplo de lucha no ha caído en saco roto. Actualmente existe en América Latina un proceso de reverdecimiento del ideario de la Patria Grande. Se registra la presencia de gobiernos con un mayor margen de autonomía frente al imperio, que han roto con la lógica neoliberal de los ‘90 y que cuentan con una base de apoyo popular que, con sus diferencias y contradicciones, están protagonizando un nuevo tiempo marcado por la hora de los pueblos.

Esa realidad es singularmente notoria en naciones como Venezuela, Ecuador y Bolivia que han avanzado en reformas constitucionales que les permiten modificar la matriz del régimen de saqueo y dominación y poner la piedra fundamental de un nuevo socialismo para este siglo.

La crisis del capitalismo financiero internacional parece anunciar un final de época, la del predominio de los paradigmas neoliberales que cobraron cuerpo en el Consenso de Washington. Indudablemente, en Latinoamérica se discute hoy en día una agenda de temas muy distinta a la que presidía las deliberaciones en la década del ’90. Y ello constituye un avance importante y aleccionador.

Los antiguos pueblos rescatan una cosmovisión diametralmente distinta al impuesto por la irracionalidad capitalista. Se plantean una relación con la naturaleza armoniosa, donde el hombre no se siente superior ni inferior a las distintas especies que habitan la Tierra y la naturaleza es vista como dadora de vida.

Los pasajeros de la historia oculta pero palpitante en la conciencia ancestral reclaman su lugar en este mundo feroz y depredador, injusto y violento. Es tiempo de ejercer los derechos como ciudadanos de un continente desquiciado por la desigualad social y de recorrer el camino de la liberación americana.

En este Bicentenario, es preciso avanzar en una concepción de Nación multicultural, que recoja la diversidad de culturas que conviven en nuestro territorio. Para ello, es importante que el Estado lleve a cabo una política de reconocimiento del genocidio a los pueblos originarios y su consecuente reparación histórica.

Será una manera de asemejarnos a lo que hubiésemos sido si nos hubiesen dejado ser.

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